Y sin visos de solución inmediata, pese a haber -como mínimo- unos 700.000 afectados por la huelga (300.000 vistas suspendidas, 350.000 demandas sin repartir y unos 1.000 millones de euros retenidos y pendientes por ingresar a los reclamantes). La génesis del problema está en el colapso del sistema judicial desde el año 2008 de manera aproximada. Hubo una primera reforma por la cual se le quitó sobrecarga de trabajo a los Jueces y Magistrados para dárselas a los antiguamente denominados Secretarios/as de Justicia (hoy Letrados/as de la administración de Justicia), pero sin la consecuente adecuación salarial. Todo ello en vez de renovar de una vez por todas las leyes procesales, es decir: las que dicen como se interpone, se juzga y se resuelve una demanda, denuncia o querella. Por ponerles un ejemplo: la Ley de Enjuiciamiento Criminal data del año 1882, con solo una reforma de calado a mediados de los años 90 (cuando se introdujo el procedimiento abreviado por delito). La del orden Contencioso-Administrativo es de 1998, hace ahora un cuarto de siglo. La de Enjuiciamiento Civil data del año 2001, hace 22, siendo la más reciente la de la Jurisdicción Social, con solo doce años de funcionamiento. El problema de fondo es el lenguaje arcaico y decimonónico que tanto los Letrados de Justicia como los procuradores y abogados nos vemos obligados a emplear entre nosotros en tramitaciones corrientes por falta de leyes actualizadas a los nuevos tiempos de internet. Eso provoca que hasta una mera resolución de trámite se llame “diligencia” o “providencia” y necesite una especial forma jurídica, tanto por parte del juzgado como por parte de procuradores y abogados. Un escrito sencillo que bien podía enviarse encriptado a través de la intranet “lexnet” en forma de e-mail, y que nos llevaría a todos de media unos 10 minutos o menos escribir, se convierte en un tedioso y formalista escrito de más de media hora, el cual se ven obligados a supervisar, resolver y firmar los citados Letrados/as de la administración de Justicia. Es un problema, pues, de simple falta de voluntad política para adecuar la justicia a los nuevos tiempos.