Nada es como a uno le cuentan. Las mujeres verdaderamente maltratadas no son como nos las imaginamos, ni son famosas ni llevan gafas de sol para ocultar un ojo morado. Tampoco van en chandal sin atreverse a maquillar. Y lo peor de todo: al maltratador (que suele ser el padre de sus hijos, aunque no siempre) se la traen al pairo los colores violetas y las coreografías antipatriarcales. De hecho no ve la tele, ya que tiene su propio canal (Teleyonkie y Radioborrachera), donde rara vez se habla de esos temas.
Pero la mujer de la que les quiero hablar era todo menos un tópico. Yo estaba de guardia en el Juzgado de Violencia de Género de una ciudad cualquiera y llevaba ya casi tres horas esperando por la víctima para entrar a celebrar Juicio Rápido. Cuando entré para ver porqué se retrasaba la vista, me comentaron que la víctima estaba en un pueblo costero a casi 40 kilometros del juzgado y que no tenía ganas de ir a declarar. Les pedí que me la pusieran al teléfono y me dijo que ya no creía en la justicia. Le dije que era una pena, que yo la quería ayudar y todo el mundo quería ayudarla. Yo ya había visto el atestado y su ex la había arrastrado por los pelos y por el suelo delante de sus hijos. Aquello me había enfadado y preocupado a partes iguales. En casi 20 años de turno de violencia jamás habían agredido a una clienta mía una vez yo había sido nombrado abogado suyo. Y esta vez había una situación de gran riesgo (ella estaba sola en un pueblo sin casi policía) así que pedí permiso al Juzgado para ir a buscarla y así hice.
Cuando llegué me encontré con una mujer extremadamente joven, sin un kilo de más, y con una larga y bonita melena. Si su ex simbolizaba lo peor de la raza humana, drogadicto y vago, ella era todo lo contrario: sana, bella y con hijos maravillosos. Nada es como lo cuentan en la tele. En la larga media hora de vuelta al juzgado y poco a poco logré ganarme su confianza para conseguir que declarara contra su ex. Y me contó su triste historia. De cómo empezó a robar por amor y para el padre de sus hijos, de cómo pasó por la cárcel y descubrió que todos sus amigos ya no eran tales. Hablaba sin parar y yo me la imaginaba como una mariposa perdida en un vertedero: no bebía, no se drogaba y tenía planes de futuro: quería montar su propia tienda, recuperar la guardia y custodia de sus hijos y -en esto ya no creía mucho- un hombre que la tratara bien. Traté de animarla todo lo posible, ya que me impresionó su historia, como su propia madre la machacó de manera inmisericorde desde pequeña, como su padre las abandonó, y como su marido la toreaba.
Ya les dije que era todo menos un tópico: aunque había crecido en un ambiente marginal y sin oportunidades, se la veía una persona elegante que sabía como hablar y comportarse en todo momento.
Pero su cuento de hadas se rompió nada más bajar del coche, tan efímero como una pompa de jabón en un cumpleaños: cuando se tuvo que enfrentar a la cruda realidad del Juzgado se vino abajo. Me costó un mundo convencerla para que se mantuviera en su declaración y pidiese una orden de alejamiento. Hasta la propia Asistente Social de la prisión tuvo que llamarle y animarla para seguir adelante, y al final lo conseguimos.
Tarde bastante en volverla a ver, de hecho cuando me cruce con ella ni la reconocía de lo que había mejorado de aspecto. Se me quedó mirando pensativa, durante unos segundos y luego me dijo:
-Necesitaba hablar contigo en privado para una cosa. Un día que pueda te llamo y te pido cita.
Yo ya sabía de que se trataba, así que no hice ningún esfuerzo por localizarla y citarla en mi despacho.
Y un buen día, el sistema de mensajería interna del Juzgado (lexnet) me dio la razón: había ido sola al juzgado a retirar la denuncia y volver con su verdugo y padre de sus hijos.
Por eso estoy aquí escribiendo esto, porque por mucho que nuestras ministras se empeñen en señalar el ejemplo de famosas supuestamente maltratadas y celebrar actos y campañas contra el maltrato, la verdadera cara del mismo tiene rostro de mujer falsamente empoderada, pero que en la práctica no tuvo más apoyo que un Juez, una Fiscal, una asistente social y un abogado de oficio. Por mucho que se empeñen en buscar un ilustre culpable masculino, yo siempre veré muchos complices a su alrededor, un padre que la abandonó, una madre que la llamó basura, un tío que le metió mano, unas compañeras de clase que se reían de ella porque era pobre y su ropa interior estaba agujereada, un jefe que solo quería acostarse con ella y una sociedad que le contaba milongas un 25 de noviembre y se olvidaba de ella el 26.
Pablo Carvajal de la Torre.
Abogado del Turno de Violencia de Género desde su creación en 2004