Siempre pienso que no estaría aquí escribiendo estas líneas desde mi propio negocio en mi propia página web si él no me hubiera repetido hasta la saciedad: “¡Tu puedes!”. En los momentos más dificiles siempre le decía: “Papá, ¿crees que llegaré algún día a ser abogado y tener un despacho?” y él siempre me decía lo mismo “claro que si, yo te voy a ayudar en todo lo que esté en mi mano”. Nunca conocí a nadie con tantos buenos amigos y contactos, a quien nunca dudó en ayudar, y así era que siempre había una puerta abierta a la que llamar, tan solo había que decir “Soy hijo de Ernesto Carvajal” para que cualquiera de sus amistades nos recibiera con los brazos abiertos y preguntaran por él. Su origen humilde y trabajador, aún dá mas mérito a su meteórica trayectoria profesional desde que decidió embarcarse en un barco alemán que partía del puerto de Vigo hacia su futuro. Capitán de la Mercante, empresario, inspector de pesca y armador , pero ante todo un padre que nos enseñó no solo a navegar en el mar sino a navegar por la vida valiéndonos solo de nuestras manos y nuestra inteligencia. A atrevernos a todo lo que nos propusieramos y no tener miedo a enfrentarnos a un examen, una entrevista, un trabajo o cualquier reto. Fue tanto el buen ejemplo de esfuerzo y rectitud que recibimos que aún hoy me siento culpable si un día de semana no estoy trabajando de sol a sol como él hacía.
A lo largo de mi vida, sobre todo terminar la carrera y abrir el despacho con una mano delante y otra detrás –y un par- comprobaba con pena como los padres de otros amigos les “echaban para atrás” a colegiarse como abogados y e incluso les desanimaban a intentar judicaturas y les recomendaban trabajar en casi cualquier cosa aunque no estuviera muy relacionada con los estudios. Y aunque quizá yo antes les envidiaba porque iban a la facultad en sus propios coches mientras yo iba en bus, ahora me sentía dichoso de tener algo mucho más valioso que un vehículo: la fe incondicional de un padre en sus hijos. Porque aunque los comienzos fueron duros, como los de cualquier empresa, mi padre siempre insistía y me decía: -Tienes algo más valioso que el dinero.-
-¿El qué?.-
-Tu carrera. No te preocupes, ya lo entenderás dentro de unos años. –Tardé un tiempo pero al final lo entendí. Y es que como siempre, tenía razón.
Recuerdo las últimas palabras que tuve con él. Era una antigua broma de un amigo cubano, reflejo de nuestra común relación de amor/odio con el comunismo. Me servía para hacerle reír y darle fuerzas a mi manera para luchar contra la muerte, pero al mismo tiempo podía ser su epitafio: “compañeíro, a loita continua, a victoria e certa” (“compañero: la lucha continúa, la victoria es cierta”). El nos enseñó como nadie como ganar la batalla diaria. Nunca te olvidaremos. Solo quería dedicarte estas líneas para darte las gracias por haber sido tan buen padre y disfrutes con su lectura allá dónde estés, a ti que te gustaba tanto leer.
Pablo Carvajal de la Torre.
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