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Historia de un pleito contra el Santander

Recuerdo los nervios y la preocupación:  nos enfrentábamos al Banco de Santander por las preferentes de “Sos Cuetara” con solo tres documentos  y 100.000 euros de cuantía. Nuestra única baza para ganar era conseguir que declararan nuestros propios clientes y explicaran ellos mismos el engaño y su falta de conocimientos del mercado financiero, ellos que habían emigrado con solo 18 años al extranjero sin posibilidad de tener estudios superiores. Quizá por eso, por prepotencia, uno de los mejores despachos de abogados de España, el del banco demandado, envío a una “novata” a la Audiencia Previa. Inteligente pero inexperta. Me acerqué y con algo de sarcasmo le pregunté si querían llegar a un acuerdo. Ella sacudió su arrogante melena rubia, entornó las pestañas y me contestó un “no gracias” como si le acabara  de pedir una cita, con sonrisa de halagada. “Perfecto, vamos a jugar a que yo soy tonto y tu muy lista” me dije. Uno ya es “perro viejo” y me encanta “darme un mus ciego” o “tirarme un farol” hinchando el ego del abogado contrario, ya sea por prudencia para intentar ver sus cartas, o para dejar que su vanidad le traicione más tarde o temprano.

                Y eso fue exactamente lo que pasó: intenté desesperadamente que la Jueza llamase a declarar a mis clientes (yo mismo no puedo pedirlo, solo la parte contraria o Su Señoría), no pudiendo ella evitar reírse –con razón- ante mi audacia y desesperación. La abogada, ni se dio cuenta del detalle. Es lo que tiene contemplar a los demás desde las alturas. Así pues, tras empezar ganándome y obligándome durante más de media hora a reexplicar la demanda, alegando todo tipo de trucos iniciáticos de abogado, cayó en el error más básico: pedir la declaración de un matrimonio demandante indignado y engañado por sus clientes, cuya única prueba hasta aquel momento eran tres papelitos de nada que poco demostraban sobre la culpabilidad del banco. Una vez que conseguí zafarme de su propio ataque, comencé a devolvérselas una a una desmontando todas las pruebas que ella pedía, hasta que perdió los estribos y le espetó a la Jueza  “es que en Madrid siempre me conceden esta prueba”, a lo que ella repuso “pero es que esto no es Madrid, usted está ahora en Coruña”: la abogada torció el gesto y sacudió con desdén su melena en dirección a la Jueza, cual insolente saeta dorada. No la volvimos a ver por el Juzgado de A Coruña.

                En su lugar, y para el Juicio definitivo, esperábamos al titular del despacho, un famoso abogado de Madrid, experto a nivel nacional en estos temas. Esperaba que hubieran aprendido la lección. Pero no. En su lugar apareció un letrado, joven, algo menos que la chica, y con más experiencia, pero no la suficiente para un pleito de tal envergadura, el cual nos había llevado horas y horas de ensayo a Estefanía Ramos y a mi (aparte del tiempo de preparación con los clientes). Y esa fue la clave: les preparamos para la peor pregunta posible del abogado demandado. Por eso , cuando la primera pregunta de este fue la esperada, la respuesta de mi cliente fue de buen gallego “no le digo que esta no sea mi letra, pero a mi esto nunca me lo explicaron o dejaron llevar para casa, simplemente me dijeron firma aquí, aquí y aquí” “yo no tengo sus estudios –al abogado del banco- si los tuviera no me habrían engañado como lo hicieron” Aún nos faltaba “el postre”: el día anterior a la vista encontré –tras horas de búsqueda- un documento en internet donde aparecía que el Santander había comprado el 8% de Sos Cuétara. Ya no podía aportarlo, pero si preguntar a algún incauto sobre dicho extremo, con la esperanza de que admitiese lo no probado. Y así fue: el testigo era el director de la sucursal donde se realizó la venta; el cual se sentó, desparramado y con los brazos cruzados, como un adolescente desdeñoso. Con la soberbia “marca de la casa” por bandera. Así que le dije –o le arrojé- la acusación de que el propio banco había comprado el 8% de Sos Cuétara dos años después de comercializarlas a lo que me contestó en tono retador “si, ¿y qué?”

                A partir de ahí –y si les soy sincero- el pleito fue un paseo triunfal. Fue la victoria del anegado y sufrido carácter gallego de mi cliente sobre la arrogancia castiza. La callada astucia del que finge ser ignorante frente al condescendiente e improvisado profesor que no tiene ni pajolera. Hubo más, mucho más. Hubo una apelación de 54 folios, caótica y deslavazada, con la desesperación ultima del  confiado que fue a Coruña a por lana y salió trasquilado; apelación a la cual contestamos y que degeneró en una nueva sentencia y victoria –que esta vez si- dará que hablar a los estudiosos al sentar más jurisprudencia –aún- sobre el error y falta de información sobre la comercialización de las preferentes.

Pablo Carvajal de la Torre. Copyright Carvajal de la Torre Abogado Coruña 2016