Londres, 1999. Yo era entonces un joven abogado que paseaba por las oscuras y nostálgicas calles que rodean el “Royal Court Of Justice”, el Tribunal Supremo Inglés. Recuerdo colarme alegando que era un “abogado en prácticas”, recorrer sus alargados pasillos y entrar en una Sala vetusta, con tres señores de peluca blanca como en las películas, encaramados a un estrado de dos metros y medio de altura. Delante y debajo, el acusado. Encogido, apenas podía articular palabra, ya que estaba emparedado entre el estrado y una tarima para el público igual de alta que aquel. Los magistrados, así vestidos, allá arriba, parecían y se comportaban como una especie de justicia divina. Pensé que debía de ser muy difícil hablar en aquella sala, tan alejada de los bajos estrados europeos, sin pelucas, y con la sola formalidad de las togas de rigor. Por aquel entonces se juzgaba a Pinochet, el Eurotunnel era un gigantesco cordón umbilical a Europa, y la Unión era eso, una Unión Europea.
Quién nos iba a decir, 17 años después, que la Unión pendería de un hilo, que los egoístas nacionalismos se unirían al populismo, tanto en Grecia como en EEUU, y que la crisis iba a ser el hilo conductor de tanto despropósito. Quién nos iba a decir que los jefes de estado serían los imprudentes directores de orquesta del descontento social, que iban a hacer referéndums a lo loco, y que el inglés lo ganaría el “Brexit” –Bretain Exit, salida británica-. Tenemos en todo occidente una plaga de políticos catetos, ignorantes, incultos, enchufados, insolidarios, egoístas y populistas, que echan a sus conciudadanos a los leones. Políticos arrogantes e incompetentes, como Cameron; que no solo convocó el dichoso referéndum sin medir sus consecuencias, sino que tampoco supo como terminar su trabajo con dignidad.
Pero, tuvo que ser una abogada, mujer y de color, quien, al menos, si no salva a Europa de sus “Reinos de Taifas” si que nos devuelve al imperio de la Ley otorgada por un parlamento democrático. En un mundo de anormales que dicen que el parlamento no les representa, (porque la gente no vota lo que ellos quieren) precisamente es donde los abogados tenemos que ser, junto con los jueces y los fiscales los auténticos defensores de la democracia representativa, ya que ni ciertos políticos ni ciertos radicales quieren obedecerla. Así, tuvo que ser Gina Miller, la abogada británica, la que ganase en el Royal Court of Justice el derecho del Parlamento Británico, representante del pueblo inglés, a tener la última palabra sobre si hay o no “Brexit”. Tuvo que ser su privilegiado intelecto, que tantos casos le ha hecho ganar, el que le llevase a razonar que no puede haber referéndums sin un posterior respaldo parlamentario, guste o no. Pensar lo contrario es ser un fascista y negar la democracia misma, que desde tiempos inmemoriales se articula a través de unos señores y señoras, que desde el momento que les votamos y salen elegidos, SI NOS REPRESENTAN.
Pablo Carvajal de la Torre